lunes, 14 de septiembre de 2009

No quiero


No quiero volver a vivir un viento sin árboles,
ni suelo sin piedras jugando en el centro,
ni pies sin la tierra que me cura las heridas
de pisar torcido sobre un mundo de asfalto.

No quiero castillos que no sean de arena,
ni peces que se acuerden de que no tienen memoria,
ni pechos perdidos en un frío sin manos,
ni ríos que no quieran lavarme la ropa.

No quiero calor que no sea del fuego,
ni cristales en mi ventana,
ni techos que no sepan tocar el aire,
ni puertas más gruesas que una sábana.

No quiero paredes medidas con regla,
ni esquinas que esperen ser tapadas,
ni camas con colchón que no sea del aire
que se cuela en mi manta de primavera.

No quiero cocinas que tengan botones,
ni cazuelas sin cuento de la cenicienta,
ni cubiertos que cubran el sabor de mis manos,
ni salsa que no escurra en la yema caliente.

No quiero caderas de menos de ocho litros,
ni piernas más finas que una corteza,
ni labios que no puedan pintarse de viento,
ni manos desteñidas con tanta limpieza.

No quiero migas del suelo que no tengan hormigas,
ni cojines donde el polvo no busque asiento,
ni estantes que no crezcan de raíz,
ni mesas que no saben inventarse al momento.

No quiero vecinos que no sepan ser duendes,
o no tengan algún que otro tomate en su huerto,
no quiero canciones de un solo dueño,
ni instrumentos sin aprendices lentos.

No quiero zapatos que no sepan hablar,
ni faldas que no sean del color del suelo,
no quiero mear si no es de cuclillas,
ni espacios sin marrón entre dedos.

No quiero estrellas que fregan baldosas
porque no encuentran trabajo en el cielo,
no quiero más lámparas que esa lunera
que acuna con noches la luz de mi sueño.